El Hospicio Ortigosa cuenta con más de un siglo de historia de servicio a los demás,
siendo la institución más antigua de su tipo que continúa en operación en Monterrey.
Su creación y funcionamiento ha sido posible gracias a las aportaciones y el esfuerzo
de hombres y mujeres que han dedicado su vida a esta obra altruista. Su máximo logro
es que dentro de sus muros, miles de niñas desamparadas han recibido la oportunidad
de desarrollo y felicidad que las circunstancias parecían negarles.
Fungiendo como su albacea, Valentín Rivero cumplió la voluntad de don León estableciendo un asilo
para ancianos, el cual era atendido por las Madres del Verbo Encarnado, abriendo oficialmente sus
puertas en 1889. En los años veinte el país se vio envuelto en un nuevo movimiento violento llamado
“Guerra Cristera” cuya mayor repercusión para esta institución fue la expulsión de las religiosas
que la atendían. A pesar de lo anterior, se decidió que el Ortigosa no cerrara, haciéndose cargo
un grupo de señoras que desinteresadamente aceptaron el reto de administrarlo.
Además sufrió una grave disminución de aportaciones particulares, pues sus principales patrones eran los empresarios de la localidad, quienes pasaron una situación muy complicada durante la guerra revolucionaria. Uno de los principales patrones que colaboraron con el Hospicio desde su fundación fue el empresario Isaac Garza, quien se comprometió en su administración y soporte financiero hasta su fallecimiento en 1933.
Los conflictos armados parecían haber llegado a su fin, pero en los años veinte el país se vio envuelvo en un nuevo movimiento violento llamado “Guerra Cristera”. Al igual que en el resto del territorio, en Monterrey se mandó cerrar varios templos católicos, entre ellos la Capilla que estaba en el interior del Hospicio. Pero la mayor repercusión para la institución fue cuando se ordenó la expulsión de las religiosas que atendían el Ortigosa, quienes lamentablemente tuvieron que hacer sus maletas y partir de regreso a España, forzadas a separase de su obra. Sin embargo, se decidió que el Hospicio no cerrara, siendo encargado a un grupo de señoras que aceptaron el reto de administrarlo.
Posteriormente el Hospicio Ortigosa fue cobijado por los miembros del Club Sembradores de Amistad, creado en 1936 por un grupo de empresarios regiomontanos entre los que destacaban Eugenio Garza Sada, Roberto Garza Sada, Manuel L. Barragán, Antonio L. Rodríguez y Francisco G. Sada. Retomando la actividad filantrópica de su padre, don Eugenio se convirtió en la cabeza del patronato del Hospicio, apoyándolo constantemente durante 40 años, desde 1933 hasta su fallecimiento en 1973.
Cabe destacar que en 1947 se analizó la posibilidad de que el Hospicio volviera a manos de un grupo de religiosas, considerando que la situación política del país se había normalizado. Se decidió que las encargadas fueran las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, congregación fundada por el padre San José María Yermo y Parres. Aprovechando la coyuntura, se cambió la vocación de la institución para que dejara de ser un asilo para ancianos y atender en su lugar a niñas desamparadas, huérfanas, abandonadas o con problemas familiares severos.
Conforme a su nueva vocación, en los años posteriores el Hospicio comenzó a llamarse Hogar Ortigosa. Rápidamente comenzaron a recibir a las primeras niñas, a la par que atendían a los últimos adultos mayores que quedaban en el asilo, aunque a partir de ese año aceptaron solamente a niñas. El Hogar ofreció a las pequeñas un lugar digno para vivir, y para atender directamente su educación se establecieron un jardín de niñas y una escuela primaria que brindaba hasta el quinto grado. No obstante, como estos planteles no estaban incorporados a la Secretaría de Educación Pública, se optó por conseguir becas para que las niñas estudiaran en la Escuela Juana de Arco, dependiente del Colegio Labastida para que cursaran el sexto año.
En los años 50 el número de niñas comenzó a crecer y sus necesidades educativas también se incrementaron. Por esta razón, en 1958 se estableció la primera Secundaria en el Hogar y en 1962 se comenzó a construir el edificio del Hogar Santa Sofía para las jóvenes de preparatoria y universidad. A fin de contar con una atención de salud inmediata, se creó un Departamento de Enfermería.
Don Eugenio Garza Sada atendió las necesidades de la institución de manera directa, realizando donaciones personales, empresariales y encabezando campañas de captación de recursos. Se preocupó porque el Hogar tuviera bases financieras auto-sostenibles a la medida de sus posibilidades. Con este fin, por ejemplo, donó un terreno para hacer locales comerciales cuyas rentas fueron una entrada fija a la institución.
El empresario estructuró también campañas de donativos en especie para cubrir la necesidad constante de alimentos para las niñas, y esquemas en donde las aportaciones se podían entregar directamente o indirectamente a través de vales. Nunca dejó de buscar la forma de ayudar a la institución, usando medios cada vez más efectivos. Además, procuró que el presupuesto se ejerciera debidamente, encabezando remodelaciones indispensables en el edificio y las instalaciones, buscando que fueran espacios de la mejor dignidad.
Continuando la obra generosa de su padre, Eugenio Garza Lagüera se hizo cargo del patronato del Hogar por algunos años. Su hermano, Alejandro Garza Lagüera también se involucró en este trabajo desde los años 60, coordinando con su padre las campañas de donativos. Solía llevar las cuentas de la captación de recursos y estar al pendiente de las necesidades de la institución.
Debido al compromiso, responsabilidad, vocación y generosidad que demostró en su apoyo a esta obra, el 1 de abril de 1968 don Eugenio Garza Sada propuso que don Alejandro formara parte de la junta de patronos, junto a Virgilio Garza González, Armando Ravizé, Jorge Morales Treviño, José Rivero, José Emilio Amores y Edgar García Sada. Posteriormente don Alejandro tomó se hizo cargo del patronato del Hogar, sustituyendo a su hermano Eugenio, y hasta la fecha continúa en su administración.
La trascendencia del Hogar Ortigosa es innegable, pues puso en valor los esfuerzos por atender grupos vulnerables de la sociedad, antes ignorados por el Estado. Se convirtió en el modelo para la creación de futuras instituciones públicas y privadas que se ocuparon de esta necesidad, como el orfanatorio Melitón Villarreal, el asilo de Buen Pastor y los programas gubernamentales estatales y municipales que se desarrollaron en las décadas posteriores y que hoy son más comunes.
Pero el mayor impacto de la institución se refleja en la vida de cada una de las niñas que han formado parte de su historia. El Hogar Ortigosa ha formado a más 10 mil personas, muchas de ellas logrando contar con estudios profesionales y técnicos en ingeniería, arquitectura, licenciatura, enfermería, comercio, trabajo social, publicidad, ciencias de la comunicación y administración de empresas turísticas; otras han seguido el llamado espiritual para una formación religiosa.
De esta forma se ha promovido la movilidad social y se ha llevado bienestar a un grupo de mujeres que estaban en vulnerabilidad, convirtiéndolas en personas felices y agentes de transformación social. A través de la institución se les otorgan a las niñas las herramientas para romper y superar la inercia negativa de sus circunstancias de pobreza, marginación, conductas negativas, hambre, ignorancia, violencia y desesperación.
Actualmente el objetivo de la institución es dar una formación integral a la niñez, adolescencia y juventud mexicana a través de sus programas: una casa hogar, una escuela y una residencia juvenil. Las instalaciones del Hogar Ortigosa cuentan con dormitorios, salones, cocina, consultorios, juegos infantiles y oficinas, todo lo indispensable para facilitar la educación, socialización y promoción de la unidad del grupo de niñas
Para su labor que busca la “excelencia en la vida”, el patronato se apoya en las religiosas de la Congregación Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres y cuenta también con un equipo profesional de psicólogos, maestros, doctores y orientadores. El Hogar Ortigosa es una institución con gran tradición histórica, pero a la vez es una organización moderna que refleja pulcritud, amor por el prójimo, pasión por servir a los demás y solidaridad. En un mundo caótico, ha permitido ver hasta dónde llegan los frutos de la generosidad humana.
Fuentes
Archivo Eugenio Garza Sada, Fondo Asuntos Particulares, Serie Aportaciones Particulares.
CUEVAS MENDIRICHAGA, Tomás. El inmigrante: vida y obra de Valentín Rivero. (1989). Monterrey: Enmediciones.
REYES SALCIDO, Edgardo. (2010). Don Isaac Garza. Monterrey: Fondo Editorial Nuevo León.
FLORES TORRES, Oscar. Monterrey en la Revolución. (2006). Monterrey: UDEM.
VIZCAYA CANALES, Isidro. Los orígenes de la industrialización de Monterrey: una historia económica y social desde la caída del Segundo Imperio hasta el fin de la Revolución (1867-1920). (2006). Monterrey: Fondo Editorial Nuevo León.
Página oficial del Hogar Ortigosa. https://www.hogarortigosa.org/historia.php